Cuando hablamos de sarcoma, debemos saber que es un término que agrupa distintos cánceres -más de 150- que se originan en tejidos blandos del cuerpo, como los músculos, la grasa o los vasos sanguíneos; y en los tejidos óseos, es decir, en los huesos.
Este grupo de enfermedades puede presentarse tanto en la niñez como en la juventud y en la adultez, pero se trata de tumores de muy baja incidencia. La mayoría de ellos se desarrollan en piernas y brazos, pero también pueden aparecer en el tronco, la cabeza o el cuello.
Es posible que ciertos trastornos genéticos incrementen el riesgo de presentar un sarcoma de partes blandas, como los síndromes de Li-Fraumeni, de Gardner o de Werner, o la enfermedad de Von Recklinghausen (neurofibromatosis), entre otros. La exposición a radiación también puede aumentar el riesgo.
No existen estudios específicos que puedan recomendarse como “screening” para este tipo de tumores. Por eso, es recomendable consultar ante cualquier bulto o masa, con o sin dolor, que aparezca en el cuerpo y persista. También es importante prestar atención a un dolor abdominal que se hace cada vez más intenso, vómitos, heces negras o con presencia de sangre. Estos últimos síntomas podrían deberse a un tipo de sarcomas que crece en la parte posterior del abdomen (retroperineo). En el caso de los sarcomas óseos, el síntoma más referido suele ser el dolor en los huesos, aunque pueden ser asintomáticos durante mucho tiempo.
Es importante remarcar que la presencia de estos signos no significa necesariamente que haya un tumor, pero es necesario acudir a un centro de salud para una evaluación exhaustiva.
En el abordaje de estas enfermedades es clave el trabajo interdisciplinario con otras especialidades como anatomía patológica, diagnóstico por imágenes y traumatología.
Ante un diagnóstico de sarcoma, un paso fundamental del tratamiento será la cirugía. En función del estadío de la enfermedad, podrá ser necesario realizar radioterapia o quimioterapia.
En los últimos años, están cobrando mayor relevancia las llamadas terapias dirigidas, que son medicamentos que identifican las células cancerosas y atacan solo a estas; y la inmunoterapia, que impulsa al propio sistema inmunitario de la persona para combatir el cáncer.