Algunos factores de riesgo asociados al cáncer de riñón son el tabaquismo, el sobrepeso, el sedentarismo y tener hipertensión arterial o enfermedad renal avanzada. Por eso, evitar el cigarrillo, hacer actividad física y mantener un peso saludable son hábitos que pueden contribuir a su prevención.
Existen algunos síndromes familiares o hereditarios que son poco frecuentes, pero que pueden incrementar el riesgo de desarrollar este tipo de tumores, como la enfermedad de Von Hippel-Lindau, la leiomiomatosis hereditaria, el síndrome de Birt-Hogg-Dube (BHD) o el de Cowden.
Detección precoz y síntomas de alerta
No existe una prueba específica que pueda hacerse en forma rutinaria para detectar el cáncer de riñón. En las personas que tienen un riesgo aumentado -por los síndromes familiares o hereditarios mencionados previamente– puede ser útil realizar periódicamente estudios de imágenes, como ecografías, resonancias o tomografías, para detectar esta enfermedad. No obstante, es importante aclarar que estos estudios no siempre pueden diferenciar entre tumores benignos y malignos.
En todos los casos, es recomendable sostener chequeos médicos una vez al año -especialmente después de los 50 años- en los que se pueda evaluar el riesgo individual y solicitar los exámenes complementarios correspondientes.
El cáncer renal, en sus etapas tempranas, puede no generar ningún síntoma; no obstante, es importante consultar si se percibe presencia de sangre o color turbio en la orina, si aparece un bulto en la espalda baja o dolor en esa zona que no se explique por otros motivos. También hay que prestar atención a la fatiga, la pérdida de peso sin causa aparente, fiebre que no cede pese a ausencia de infección o anemia. Estos síntomas no son específicos, es decir, no significan que quien los presente tenga necesariamente cáncer. Pero deben llevar a la consulta para poder identificar su causa.
Tratamiento
Ante un diagnóstico de cáncer de riñón, lo primero es determinar el tipo de tumor y la etapa de la enfermedad. En general, si el cáncer no se ha propagado a otras regiones del cuerpo, como los huesos, las tasas de curación son altas.
En la mayoría de los casos, se indicará una cirugía, que puede consistir en extraer el tumor y parte del tejido del riñón, lo que se denomina nefrectomía parcial, o extirpar todo el riñón afectado, lo que se llama nefrectomía total.
Además, existen terapias sistémicas, como la quimioterapia, la inmunoterapia o las llamadas terapias target o dirigidas, que en los últimos años han tenido avances significativos y pueden ser muy efectivas, incluso cuando hay metástasis.
En ciertos casos, puede ser necesario también hacer radioterapia.
Con la colaboración de la Dra. Claudia Martín.